La Organización Mundial de la Salud advierte que la soledad no deseada y el aislamiento social en personas mayores aumentan dramáticamente riesgos de salud: hasta un 50 % más de probabilidad de desarrollar demencia, un 30 % más de riesgo de infarto o enfermedades cardiovasculares, y un 25 % más de riesgo de muerte prematura.
Estos datos refuerzan la idea de que la soledad no es solo un problema emocional, sino un factor concreto de vulnerabilidad física, similar en gravedad a otros determinantes sociales de la salud.
La falta de redes de apoyo —familiares, amistades, comunitarias— puede debilitar el sistema inmunitario, afectar hábitos de sueño y alimenticios, y favorecer una vida sedentaria. Todo esto contribuye a un deterioro acelerado de la salud en la vejez.
Por ello, expertos proponen integrar la detección de soledad en las consultas de atención primaria, capacitar a profesionales para identificarla y derivar a los mayores a programas de acompañamiento; una intervención temprana podría salvar vidas y mejorar la calidad de vida.



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