Cuando el director del Instituto Noruego del Nobel, Kristian Berg Harpviken, informó a María Corina Machado que había sido elegida como ganadora del Premio Nobel de la Paz 2025, su voz se quebró por la emoción.

La respuesta de la líder opositora venezolana fue tan sobria como simbólica:

“Estoy sin palabras, muchas gracias, pero debe entender que esto es un movimiento y un logro de toda una sociedad. Solo soy una persona; no me lo merezco”.

Noruega conoce de cerca la compleja lucha democrática en Venezuela. Entre 2019 y 2024, el país nórdico actuó como mediador en las negociaciones de paz entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición. Sin embargo, en su informe final, publicado en junio de 2025, el gobierno noruego reconoció que su estrategia “no logró una solución política integral” y que el proceso “resultó insuficiente frente a un régimen autoritario”. Esa autocrítica, y la comprensión de lo que implica resistir en ese contexto, explican la emoción visible de Harpviken al comunicar el galardón.

En su comunicado oficial, el Comité Noruego del Nobel destacó que Machado es “una figura valiente y comprometida con la paz, que mantiene viva la llama de la democracia en medio de una oscuridad creciente”. También resaltó su papel como “figura unificadora” dentro de una oposición históricamente fragmentada, valorando el consenso que logró construir en torno a la exigencia de elecciones libres y de un gobierno representativo.


Un camino lleno de obstáculos

La trayectoria de María Corina Machado ha estado marcada por la persecución y la represión. Su inhabilitación política fue solo el inicio de una serie de acciones en su contra: colaboradores detenidos arbitrariamente, desapariciones forzadas y campañas judiciales que la acusaron de conspiraciones, terrorismo y magnicidio, sin pruebas que prosperaran.

Pese a ello, su mensaje se ha mantenido firme: “La verdad es la verdad, y la vamos a defender hasta el final”.

Machado ha enfrentado durante años la maquinaria del poder chavista sin abandonar el país. A diferencia de otros líderes opositores que optaron por el exilio, permaneció en Venezuela, aun a riesgo de su libertad. Su firmeza, sin embargo, también generó tensiones dentro de la propia oposición, al negarse a transar en principios democráticos o en negociaciones que consideraba contrarias a la voluntad popular. En distintos momentos, debió mantenerse en la clandestinidad o reducir su exposición pública para evitar ser arrestada, sin dejar por ello de liderar desde el interior del país.

La represión estatal no ha estado dirigida solo contra ella. En los últimos años, los actos públicos de la oposición han sido sistemáticamente interrumpidos por la violencia, tanto de las fuerzas de seguridad como de los colectivos armados afines al oficialismo. Tras las elecciones presidenciales de 2024, el gobierno de Maduro detuvo a más de dos mil personas —entre ellas, centenares de menores de edad— y los disturbios posteriores a la proclamación del mandatario, aún sin resultados verificados, dejaron al menos 24 muertos a manos de las fuerzas de seguridad.

En medio de ese escenario, el Nobel de la Paz 2025 representa mucho más que un premio individual: es un reconocimiento a la resistencia cívica de un país que, pese a la represión, no ha renunciado a su esperanza democrática

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