Bajo un cielo plomizo de octubre, la multitud congregada en la plaza de San Pedro contuvo el aliento cuando el humo blanco irrumpió desde la Capilla Sixtina. Dos días de cónclave habían bastado para que el Colegio Cardenalicio decidiera el destino de una Iglesia Católica fracturada entre tradición y modernidad. Al aparecer en el balcón, el cardenal Robert Prevost, ahora León XIV, no solo hizo historia como el primer papa estadounidense, sino que encarnó una paradoja: un líder etiquetado como «centrista», pero cuyas primeras palabras resonaron como un eco de dogmas que muchos creían desvanecidos.

El nombre elegido —León XIV— no es casual. Evoca a los papas León que, entre luces y sombras, defendieron la ortodoxia en épocas de crisis. Y esta, sin duda, lo es: asistencia a misas en declive, escándalos financieros latentes y un sur global donde el catolicismo crece, pero cuestiona cada vez más la autoridad de Roma.

De Chicago a los Andes: El perfil de un pontífice inesperado
Nacido en Chicago en 1962, Robert Prevost forjó su carrera lejos de los reflectores vaticanos. Su trabajo como misionero en Perú durante los años 90, en plena crisis del Sendero Luminoso, lo marcó. Allí, según relata Jesús León Ángeles, coordinador de un grupo católico limeño, el entonces obispo Prevost «caminaba entre migrantes venezolanos sin zapatos nuevos, escuchando historias de hambre y esperanza». Esa experiencia, dicen sus allegados, define su doblez: conservador en doctrina, pero pragmático en lo social.

Primeras señales: ¿Vuelta al redil o diálogo imposible?
La comunidad LGBTQ+ bajo la lupa
Apenas horas después de su elección, analistas revisaron sus declaraciones como cardenal. En 2012, en una entrevista al New York Times, Prevost ya alertaba sobre «la ideología de género como un virus en la cultura moderna». Ahora, como León XIV, su primer mensaje aludió a «custodiar el Evangelio ante modas efímeras». Una advertencia directa: no habrá bendiciones para uniones homosexuales, como las avaladas por Francisco en 2023.

Pero hay matices. Durante una reunión con obispos africanos en 2024, según documentos del College of Cardinals, el nuevo papa admitió que «Roma no puede dictar soluciones únicas para realidades fracturadas». Sus palabras —»en África, la cultura local dificulta aplicar nuestras políticas»— revelan un pragmatismo geopolítico: mejor ceder en la práctica que perder fieles.

Migrantes: La bandera que no se arria
Sin embargo, hay un tema donde León XIV no rompe con Francisco: la defensa de los migrantes. «La migración no es un delito, es un grito de Dios», declaró en su primer discurso, citando casi textualmente a su predecesor. Su historial en Perú, donde apoyó comedores para venezolanos, respalda esa retórica. Para activistas como León Ángeles, esto es «un rayo de esperanza en un papado que, por ahora, parece frío».

Mujeres, clima y los pecados «estructurales»
En el Sínodo de 2023, Prevost, entonces cardenal, sorprendió al tildar de «simplista» la idea de ordenar mujeres sacerdotes. «Clericalizarlas no es justicia», insistió. Como León XIV, repitió el mantra: «Su rol es vital, pero no en el altar». Un guiño a los tradicionalistas, pero un jarro de agua fría para monjas latinoamericanas que gestionan parroquias abandonadas.

En cambio, su postura climática es heredera directa de Francisco. En un seminario en noviembre de 2024, definió el daño ambiental como «un pecado estructural que crucifica a los pobres». La frase, casi poética, escondía un mensaje político: la Iglesia no abandonará su rol de crítica al capitalismo depredador.

¿Un papa para la era de las contradicciones?
León XIV llega en un momento donde la Iglesia ya no es árbitro moral, sino un actor en un tablero global fracturado. Su desafío es titánico: contentar a conservadores que celebran su rigidez doctrinal, sin alienar a progresistas que exigen inclusión. Mientras, en el sur global —donde se concentra el 40% de los católicos—, obispos piden autonomía para adaptarse a realidades locales.

La fumata blanca se disipó, pero el humo de la incertidumbre persiste. ¿Será León XIV un puente entre dos mundos, o el último bastión de una ortodoxia en retirada? La plaza de San Pedro, testigo de siglos de historia, aguarda con los ojos en alto.

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