“No sé, no la conozco tan bien”, “no me pregunte”, “no entiendo nada”. Estas fueron algunas de las respuestas recogidas por La Prensa Austral al consultar a adultos mayores en Magallanes sobre la recientemente aprobada Reforma Previsional. Las declaraciones reflejan un diagnóstico claro: la ciudadanía, especialmente las personas mayores, no comprende los alcances de una reforma que el gobierno ha calificado como “histórica”.

En enero, el presidente Gabriel Boric logró lo que parecía imposible: destrabar una reforma que llevaba más de diez años entrampada en el Congreso. Para ello, debió realizar concesiones sustanciales, incluyendo la fragmentación de la industria, una modificación en las tablas de mortalidad y una profunda transformación del sistema de administradoras de fondos de pensiones. A cambio, prometió mejoras reales en las pensiones actuales y futuras.

Entre los principales cambios destaca el aumento de la Pensión Garantizada Universal (PGU) a $250.000, un aporte patronal del 8,5% —donde el 6% irá a ahorro individual y el 1,5% a un fondo común con rentabilidad diferida—, el fin de los multifondos y la creación de un nuevo seguro social. Sin embargo, en las calles, estas modificaciones siguen siendo un misterio para la mayoría.

El recorrido de La Prensa Austral por la oficina de ChileAtiende de Jorge Montt, en Punta Arenas, mostró la magnitud de la desinformación. Cada día, más de 100 adultos mayores se acercan al lugar con dudas básicas sobre los cambios legales que afectan directamente sus ingresos y condiciones de vida.

“Aquí todo el mundo debe seguir trabajando”

Miguel Navarro, de 64 años, vende productos frente al BancoEstado en la Plaza de Armas. Gana $500.000 mensuales, cotizó solo 15 años y realizó tres retiros previsionales; le quedan unos $8 millones en su fondo. Dice conocer un solo dato: la PGU subió a $250.000. «No es mucho, pero algo es algo», afirma. Pese a ello, sabe que deberá seguir trabajando: mantiene a tres personas y la pensión no le será suficiente. “La jubilación no sirve de mucho”, sentencia.

Laura Chacón, de 68 años, comparte la misma sensación de agobio. Cobra una pensión de $300.000 y debe seguir trabajando. “El aumento de $50.000 se va en lo caro que está todo”, comenta. Paga $400.000 solo en arriendo y se mantiene vendiendo artesanías en el Centro Artesanal de Punta Arenas. Viuda desde hace algunos años, resume su situación con crudeza: “Se me hace muy difícil la vida”.

“No entiendo la reforma”

Judith Núñez, también de 68 años, trabajó como auxiliar en la Universidad de Magallanes. Su pensión base es de $111.000, que aumenta a $311.000 con la PGU. Aunque ha intentado entender la reforma, confiesa que no logra descifrarla. Agradece el aumento, pero reconoce que con eso apenas puede pagar los servicios básicos. “No es justo tener que volver a trabajar ocho horas diarias”, señala con resignación.

“La jubilación de júbilo tiene poco”

Soledad, quien prefirió no dar su apellido, ofrece una mirada más crítica. Cuestiona que no se haya reducido la tabla de mortalidad, la permanencia de las AFP y la «letra chica» en el acceso a la PGU. “Nadie vive 100 años”, afirma al criticar los cálculos usados para estimar la esperanza de vida.

Aunque considera inviable un sistema de reparto, cree necesario avanzar hacia un modelo mixto. Según ella, la edad de jubilación debería elevarse: “A los 60 años, todavía la mayor parte de la gente puede trabajar”. Con una pensión de $350.000 y más de 35 años cotizados —gran parte en el Servicio de Salud Magallanes—, Soledad quedó fuera de la PGU por pertenecer, sin saberlo, al 10% de mayores ingresos. “La única explicación que tengo es esa. Gano menos del tope y tengo más de 20 años en Chile”, expresa, visiblemente molesta.

Con ironía amarga, concluye: “La jubilación de júbilo tiene poco”.

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